domingo, 26 de septiembre de 2010

capitulo 6





  Tomé una bocanada de aire y me limité a ni siquiera pensar. Fathon y Raiquen no dijeron ni una palabra, se miraban con odio latente, nunca me imaginé que un padre pudiera ver de esa forma a su hijo. No paraban de mirarse, como si no existiera otra persona en la habitación, pero las miradas cesaron en menos de un minuto. Fathon, enfurecido, volteó la mirada y en menos de un segundo le dio un empujón a Raiquen, él voló por la habitación hasta darse de bruces en una pared, a unos pocos centímetros de donde yo está sentada.
  Lo miré algo preocupada, pero se recompuso rápido y se levantó. Sonrió de una manera extraña y se acercó a Fathon caminando elegantemente, mas como si fuera una sutil burla entrelazada en sus movimientos.
  —¿Qué tal se siente? —si que era una burla—¿Cómo se siente que aquel perdedor inerte e inútil te haya ganado una batalla, Fathon? ¿Cómo se siente perder ante el mayor perdedor?
  Fathon rugió con estrepito y le dio una sonora cachetada. Pero Raiquen no se lamentó, me sorprendió su reacción, una carcajada.
  —Púdrete.
  Capté dos unas cuantas cosas en menos de dos segundos. La primera, la que dejé de ver de inmediato, la pequeña sombra que serpenteaba en la escalera, vigilándome atentamente, La segunda, aquel extraño, pero delicioso olor que provenía de alguna parte de la casa. La tercera, unos pasos, y nadie en esta habitación se habían movido en aquel pequeño lapso de tiempo.
  —Fathon, Fathon, Fathon, ¿acaso no sabes que la muerte significa más que peleas vanas y placeres efímeros? —pronunció macabramente la perfecta voz de una chico.
  —Eleazar—la sonrisa de Raiquen se hizo más grande. Se alejó pomposamente de Fathon y se acercó a mí. No e moví ni un centímetro, ni siquiera respire y ni que me hiciera falta hacerlo.
  Entonces lo pude ver. Bajó las escaleras como un príncipe de la oscuridad. Magnánimo y atractivo, se movió con elegancia sobrenatural, hasta estar en el centro de la habitación. Era algo bajo y delgado, pero eso no le quitaba autoridad. Sus cabellos eran largos y negros, sus ojos de un extraño y oscuro color carmesí. Vestía como un caballero, con una larga capa negra, un abrigo y un sombrero.
  Y después de verlo a él, vi a los dos hombres que lo seguían. Parecían más soldados que cualquier otra cosa. Eran altos y fornidos, uno rubio y el otro castaño. Pálidos, como todos los que estábamos en esta habitación, pero a diferencia de nosotros, sus labios tenían una coloración mas humana y sus mejillas tenían un toque rosa. Vestían como militares, pero de negro, con botas de combate, una camisa y un pantalón negro, y un cinturón lleno de estacas de madera y dagas de plata.
  —Veo que ahora estáis todos completos—me miró a mi mientras hablaba con especial interés y me dedicó una hermosa y flamante sonrisa. No pude evitar sonreír también, toda la culpa desapareció, la presión del corazón, todo—Bien, pues ahora que estáis todos completos, es hora de ver a Eldor.
  —¡Ni lo pienses! —gruñó Fathon—Hemos pasado un poco mas de doscientos años en esa maldita tumba sin que nadie se acordara de nosotros y ahora vienes a…
  —Aun no lo comprendes, Fathon—lo interrumpió quitándose la capa y el sombrero y dejándolos en un polvoso y raido sofá—Estebamos esperando, el momento, y la persona indicada. Ahora, debemos ir con los demás.
  —Yo iré, no voy a desobedecer a mi rey—dijo Raiquen sonriendo abiertamente. Aunque su sonrisa era extraña y no pude comprender porque.
  —También voy—añadió Kek en su tono apacible y tranquilo, pero decidido.
  —Me quedo con mi señor—dijeron Aleth y Bastet al unísono.
  Noté de inmediato la indecisión en el rostro de Kek, retrocedió un paso más cerca de Bastet y negó con la cabeza.
  Entonces Raiquen, Fathon y Eleazar me miraron, esperando mi respuesta. Bueno, era obvio, no iba quedarme aquí con la asesina de Keith, la antipática Barbie y el hombre más repugnante del planeta.
  —También voy—me sorprendió la decisión en mi voz. Era un tono inadecuado al pensar que estábamos fingiendo aquello para que Fathon no me hiciera daño, pero no podía evitarlo. Ahora si entendía por qué Raiquen sonreí así, y no pude evitar sonreír también.
  —Fathon, Bastet, Aleth, saben a la perfección que si no van ahora tendrán una segunda oportunidad, y conocen la segundas oportunidades que brinda Eldor. Así que, haya ustedes.
  Los dos hombres tomaron la capa y el sombrero de Eleazar y él mismo me tendió la mano para ayudarme a levantar del suelo. Su tacto era tan gratificante, nunca me había sentido así, era perfecto, maravilloso.
  Fathon nos miró con odio latente mientras caminábamos a la puerta. Estaba a punto de amanecer, y ahora no me sentía tan segura de enfrentarme a la luz solar como lo había hecho en el dia.
  Y sí, estaba amaneciendo ya, el cielo estaba más claro, pero era gris, una luz mortecina que hacia que mis ojos ardieran como si los estuvieran quemando.
  Pero, ¿Cómo prestarle atención a la luz cuando había un auto tan increíble frente a mi? Era una enorme limosina, no sé cómo podía ser tan grande. Era totalmente negra y podía ver las cortinas color carmesí que resaltaban de una forma exquisita. Los dos hombres abrieron la gran puerta de atrás y sacaron de un tirón tres ataúdes. ¿Cómo es que cabían ahí? Los pusieron juntos en simetría, y después rociaron gasolina sobre ellos, la cual sacaron de la limo, y por ultimo encendieron una cerilla y los tres se prendieron en llamas de inmediato.
  —¿Vamos? —preguntó Eleazar señalando la limosina mientras el hombre rubio se subía en la parte de adelante, en el asiento del conductor.
  Miré las llamas y después al cielo gris antes de subirme. Allí había tres ataúdes negros que apenas cabían en el espacio, no sé como metieron seis allí, pero lo habían hecho.
  Raiquen me empujó para subirse y me dedicó una tierna mirada antes de abrir uno de los ataúdes. Tragué saliva ruidosamente y abrí el otro, era hermoso, su interior era purpura satinado, casi negro y era muy suave. Me metí en él más segura que antes y noté que era bastante cómodo. Me di cuenta de que era hecho a mi medida, antes no lo había notado, pero los otros dos eran un poquito más grandes.
  —¿Estas lista? —me preguntó Raiquen antes de meterse en su ataúd. Asentí con la cabeza y el cerró la tapa lentamente sumiéndome en la mas profunda oscuridad.



  Jamás había dormido tan bien en mi vida… ¿o muerte? Da igual, había sido el sueño más reconfortante y tranquilo de todos, sin sueños, sin pesadillas, sin perturbaciones. ¿Quién podría decir que dormir en un pequeño ataúd iba a ser tan reconfortante y cómodo?
  Abrí los ojos sin encontrarme con nada más que oscuridad, aunque alcanzaba a vislumbrar el purpura del ataúd y mis botas. Había mucho ruido afuera, tal vez era del auto, aunque no oía el chillido de las ruedas ni otros autos. Oía voces, pero no entendía nada de lo que decían.
  La tapa de mi ataúd se abrió de repente con un chirrido.
  —Bienvenida a Rumania—ahhh, que forma de despertarse en la noche. Me distraje viendo algo realmente y no me fijé mucho en sus palabras. ¿Cómo podía ser tan guapo? No importaba si hace dos noches había intentado matar a Dimitri, era diferente, lo vi en sus ojos, Rumania le sentaba bien… ¿y qué diablos estoy diciendo? ¡Rumania!
  Dejé de observarle por un instante y vi que no estaba en una limo, ni en un avión, ni en un barco ni en nada de eso, estaba en una casa de techos altos y una magnifica araña llena de velas colgaba en el centro de la habitación.
  —¿Rumania? —no podía estar exactamente en Rumania, yo… ¡eso sería un sueño!
  —Mmm, sí, Rumania, ¡libres de Fathon!
  Sonreí con él, no había pasado más de un par de días con Fathon y había estado ansiosa por alejarme de él lo más posible. Y ahora estaba en el otro lado del planeta, con razón no entendía todo lo que decían.
  Me senté en el ataúd a observar la habitación. Era tan grande como la sala de estar de mi antigua casa, las paredes eran de piedra y había un centenar de muebles victorianos por todas partes. Era tan hermoso.
  —Es bueno estar aquí—me dijo con una sonrisa que le sentaba tannn bien.
  —Creí que me odiabas.
  —¿Lo del cazador? Lo reconsidere, es joven, ni siquiera lo han reclutado, no debo tener nada contra él por ahora.
  —¿Por ahora? —no me gustó para nada ese por ahora. Dimitri era muy especial para mí y llegaba a tocarle un solo cabello yo…—…le arrancaría la cabeza y jugaría fitbol con ella.
  —¡¿Qué?!
  —¿Dije eso en voz alta? —asintió. Ay, si que eran una tonta—Pues… eso es lo que voy a hacerte si llegas a hacerle daño a Dimitri.
  Miré hacia otro lado como una niñita pequeña y me crucé de brazos. Raiquen estalló en una carcajada. Para mi no había nada de gracioso en lo que acababa de decir.
  —Estas loca.
  —¿Yo?... Me ofendes, retráctate—le di un golpe en la nuca, sin premeditación, ¿o si?
  —¿Por qué me pegas?
  —¿Yo?... Me ofendes, retráctate.
  —Y luego me preguntas porque estás loca—se levantó del suelo de un brinco y también hice lo mismo.
  Yo no estaba tan loca, tal vez un poquito, lo normal para cualquier persona. No es como si andará por ahí gritando que se va a acabar el mundo mañana, estaba cuerda y en definitivo no tenía que ir al psicoloco… perdón, psicólogo.
  Anduve torpemente hasta la una gran puerta de gruesa manera. Esto de ser vampiro no tiene chiste si sigues siendo torpe. Que decepción. Aunque, había que tomar en cuenta que me acababa de levantar.
  Otro punto para aclarar: mis reflejos siguen siendo un asco.
  —Ay—en un segundo estaba frente a la puerta, y al otro la puerta se me vino de frente. Terminé en el suelo atontada, todo daba vueltas, pero… ¡no había dolido tanto! Sólo era el mareo del fuerte golpe y, bueno, el techo era lindo.
  —Lo siento, ¿estas bien? ¿te hiciste daño? —no reconocí esa voz. Era joven pero fuerte.
  —Sí, estoy bien, sólo estaba probando que tan suave esta el suelo… y la puerta—abrí los ojos para ver quien estaba ahí. Era uno de los hombres altos de la noche anterior, el rubio.
  —Bien, ¿son suaves o no? —se burló de mi mientras me ayudaba a levantar. Su tacto era tibio, como si aun estuviese vivo.
  No pude evitar mirar a Raiquen. Apretaba los labios para contener su carcajada. Idiota.
  —No son tan suaves como esperaba.
  —Ok, me alegro de que estés bien—Raiquen dejó de reprimir aquella sonrisa cuando el hombre lo miró, se puso serio de inmediato—Eldor los espera en el salón principal. Recuérdale las normas de vestimenta a la señorita, Raiquen.
  —Claro.
  —Hay algo de ropa en aquel mueble. Tienen quince minutos.
  —Como digas.
  El hombre me sonrió y después hizo una leve reverencia antes de salir. Suspiré y miré a Raiquen, quien se acercaba a aquel gran mueble y sacaba algo para ponerse.
  —¿Normas? —le pregunté acercándome a él.
  —Pues… 1800 fue mucho mejor que esta época. Aquí se vive como si aun estuviésemos en aquellos años.
  —¿Y las computadoras? ¿Y los teléfonos? ¿Y todo? —me miró como si no supiera de qué diablos le estaba hablando—¡Pues las cosas de esta época!
  —Aquí no hay cosas de esta época. Todos los que estamos aquí somos de épocas distintas, y no queremos salir de aquellas épocas, así que por favor ponte algo más decente y te espero afuera.
  Pero si lo que tenia puesto eran unas de mis mejores ropas. Además, ¿Qué iba a hacer sin algo de música? Me moriría… o lo que fuera.
  Raiquen salió cargado de ropa y no tuve más opción que acercarme al mueble para ver que había para mí. La verdad, no resistía las ganas de conocer el lugar. Estaba en Rumania, no tenía ni la menor idea de cómo había llegado, pero aun así, aquí estaba; quien sabe cuántos seres de la noche vagaban ahí afuera, oscuros y magnánimos.
  Pues… debo reconocer que adoraba esa ropa. Tal vez vivir como si estuviese en 1800 no fuera tan malo, los violines existían en esa época. Tendría que olvidarme de todo lo que había vivido hasta ahora, pero todo había sido tan aburrido y triste que no iba a ser difícil olvidarse de ello.
  Tomé un corsé negro y una larga falda negra con algunos detalles purpura. Me quité mis mitones y me puse unos largos guantes de encaje negro que encontré por ahí. Me puse mis botas, porque por nada iba a quitármelas… y cuando tuve todo puesto me di cuenta de algo, de la puerta abierta al otro lado de la habitación, ¿y qué había detrás de la puerta?, un baño.
  Suspiré y me quité mi nueva ropa y me di un reconfortante baño. Me di prisa porque sabía que debía hacerlo. Me puse todo de nuevo, y rebusqué en el mueble para ver que más cosas geniales encontraba; había un lindo crucifijo, y me lo puse. Y había un espejo, un cepillo, y maquillaje.
  Como me lo esperaba, el espejo era algo que hacia juego con el cepillo, porque para mí no tenía otra utilidad. Me cepillé el cabello en tiempo record y… eso iba a ser un verdadero desafío. Uff, maquillarme sin espejo y me quedaban cuatro minutos y trece segundos. Tomé el polvo, fácil, y lo apliqué, eso lo haría sin espejo donde fuera; después el lápiz de ojos, fue más fácil de lo que pensaba; y sentí que me faltaba algo, mi lápiz labial negro, pero por fortuna había uno color carmesí, así que lo utilice y salí corriendo esperando no haber quedado como una payasita victoriana.
  —Ay, no, ¿tal mal quedé? —le pregunté a Raiquen, que no dejaba de verme.
  —Eh… no, estas… hermosa.
  Me hubiera ruborizado de haber podido hacerlo. Él también estaba guapísimo, pero no iba a decírselo, se había cambiado por una capa y un traje negro. Me indicó el pasillo iluminado por unas cuantas velas y me adelanté mientras cerraba a puerta. Si que te hacían sentir como en 1800.
  Seguí a Raiquen por uno y otro pasillo, largos y oscuros; bajamos un centenar de escaleras desiguales; y sólo encontramos a una chica en el camino, que dejó que Raiquen pasara y después me hizo una pequeña reverencia, fingí que no la había visto, aunque había visto cada detalle suyo; su cabello largo y negro, sus ojos grises, sus rasgos perfectos y pálidos, su vestido color sangre… Después de encontrarnos con la chica, caminamos un par de pasillos más y Raiquen se detuvo frente a una enorme puerta de roble antiguo, y suspiró.
  —Suerte—susurró y abrió la puerta de un empujón.
  Había cientos de personas en aquel gran salón. Todas hermosas, todas perfectas, todas curiosas, observándonos. Había más de seis arañas colgando del techo, que iluminaban sólo con unas cuantas velas, todas alineadas a la perfección en el centro de la habitación. No había nadie allí, todos estaban arrinconados, formando un camino que llevaba a un gran trono de madera—porque creo que no le puedo llamar a aquello de otra forma—, allí había tres de los que supuse que eran los guardias, el de cabello castaño y otro de cabellos rojo oscuros, y claro, el rubio que me había dado aquel porrazo con la puerta. Pero no eran los únicos hombres que había allí, ocupando el trono con aires ceremoniales había un hombre de cabellos largos y rubios, casi blancos, con los ojos de un cálido color miel, de una palidez mayor a la de los demás, pero lo que más me llamaba la atención: unas marcas de formas extrañas de color negro y carmesí se entrelazaban en sus manos.
  Se levantó elegantemente y bajó las dos escaleras en las que estaba su trono. Lentamente se acercó a nosotros. Raiquen caminó unos pasos y se inclinó en una reverencia. Yo no lo hice, aunque todas las personas allí estaban esperando que lo hiciera, yo no conocía a nadie aquí, hacia que no tenía que inclinarme ante nadie. Eleazar apareció detrás del tono y me sonrió dulcemente, le sonreí, y después miré al hombre delante de mí, también sonreía.
  —Bienvenida a casa—me dijo con una seductora y perfecta voz—Levántate, hijo, no tienes por qué inclinarte ante mí.
  Raiquen alzó la cabeza y asintió antes de levantarse.
  —Discúlpeme, mi señor—le dijo Raiquen, hizo una reverencia y lo miró a los ojos—Estoy feliz de estar en casa de nuevo.
  —Me lo imaginaba, hijo mío—Eleazar se acercó como un espectro y se plató al lado del hombre—Y tu, querida, ¿estás feliz de estar aquí?
  No respondí, quizá porque no lo estaba, extrañaba a Dimitri y—diablos, no puedo creer que lo vaya a decir—extrañaba a Dustin, a mi madre, al idiota de Gerard, a Eros, a la tonta traicionera de Brooke, a su hermano sobre protector. Extrañaba mi casa, mi vida…
  —Aquí tienes una nueva vida, hija mía—me dijo Eleazar con una cálida sonrisa.
  —Les ido a todos los presentes, os retiréis—dijo el hombre con aire solemne. Todos hicieron una reverencia y se retiraron rápidamente, yo iba a hacerlo, pero Eleazar me tomó por el brazo y negó con la cabeza. Las puertas se cerraron con estruendo y sólo quedamos en la habitación, el hombre, Eleazar y yo.
  —Bienvenida a casa, Moon—me dijo Eleazar a punto de darme un abrazo, pero el hombre se interpuso. No pude evitar dar un paso hacia atrás, todos los que estaban en aquel gran castillo eran extraños, pero él era especialmente extraño.
  —Esta muy confundida, Eleazar, creo que deberíamos explicarle desde el principio—confundida no, más bien una mezcla entre aburrida y triste.
  —¿Estás seguro, Eldor?
  —Completamente, mí querido amigo. Ella lo debe saber, es su derec…
  —Ay, vale, ya, dejen de cotorrear—lo interrumpí. Debo reconocer que no fue una de mis mejores ideas, se notaba a leguas que el tal Eldor era poderoso. Pero, no hizo nada en contra mío, sólo me miró—Lo siento. Es sólo que…
  —No digas nada—me interrumpió Eleazar obviamente avergonzado—Limítate a escuchar—asentí obedientemente y dejé mi bocaza cerrada—¿Qué tal es tu familia?
  —Eso no viene al caso—me tapé la boca de inmediato y dejé que continuaran.
  —Respóndeme, ¿Cómo es tu familia? No importa si viene o no al caso.
  —Pues… no creo que me agraden. Mi madre me odia, para mi abuela soy casi invisible. Mi hermano es un idiota que se cree mejor que cualquier otra persona. Mi hermanito menor es el único que me agrada, es adorable. Pero… mi padrastro…
  —Detente—me interrumpió el tal Eldor. Increíblemente, cuando alguien interrumpía sonaba grosero, pero cuando él interrumpió no fue nada, como si yo ya hubiese terminado de hablar. Fue elegante—Padrastro, es una palabra interesante, ¿y tu padre?
  —Murió—me contuve para no quebrarme en ese momento. Aunque jamás lo hubiese admitido, lo único que había querido durante toda mi vida era un padre.
  Anne jamás nos había dicho nada sobre él, simplemente se limitaba a decir que había muerto y que dejáramos de preguntar. Así que me había resignado en cierta forma, y había hecho miles de imágenes de cómo sería él en mi cabeza, y había imaginado como hubiese sido mi infancia de haber tenido un padre. Pero había muerto, y no había nada que yo pudiese hacer más que resignarme a estar relativamente sola.
  —¿Y qué pasaría si te dijera que no ha muerto? —me quedé mirándolo sin saber que decir—Al parecer tu familia no es buena, supongo que no sería nada para ti si te dijese que…
  —Por favor, Eldor, preferirá que no se lo dijeras de esa forma—interrumpió Eleazar acercándose a mi—Yo se lo diré, y sé la forma correcta de decírselo. Las palabras son vanas y lo sabes—suspiró y me tomó por los hombros—Dime, Moon, ¿tienes sed?
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario